Veinte años cada uno. Eran las once de la mañana y el centro porteño estaba cargado de su habitual multitud de viernes. Oficinistas apurados por comer algo con un amigo que trabaja a diez cuadras, cadetes en motos, taxistas que putean a los que cruzan en rojo, turistas emocionados con la fauna de Buenos aires, Japoneses que a todo lo que se mueve le sacan fotos e infaltables las cientos de publicidades que adornan todo al rededor el obelisco. Juan hacia cuarenta minutos atrás que había entrado en alguna sala de chat homosexual, la igual que Nicolás. Sus destinos esa tarde se unían, como había arreglado en la salida del subte B, justamente en la estación Carlos Pellegrini. Iban a reonocerse por una bufanda negra que casualmente cada uno de ellos llevaba en el cuello, además de la campera roja de Nico y la mochila a cuadros blanca de Juan.
Había quedado para conocerse y tomas un café en el Mc Donald de dos piso, ese que tiene vista al obelisco. Sus hormonas esa mañana estaban aceleradas. Y los dos vasos de cartón con precaución de caliente que los separaban empezaban a molestar. En la cabeza de cada uno de ellos el morbo era enorme. Entrar en el baño del restaurante de comidas rápidas seria una opción, pensaba Juan. El dilema era, como insinuarle eso a alguien con el que apenas había intercambiado a lo sumo cincuenta palabras y veinte minutos de chat. De los cuales deis se tomaron para hacer una descripción física de cada uno por falta de web cam en los respectivos cybers. Otro lugar para Juan era impensable. Su casa quedaba en Lanus y más que seguro estaría toda su familia en ella. Y para pagar un telo el poco dinero que tenia en su bolsillo debía alcanzarle para ir a la noche a bailar con unos amigos. Además pensó que el chico que acababa de conocer no era la gran cosa. Cuando Nicolás se paro y fue al baño Juan aprovecho para analizarlo mejor. Y no quedo muy satisfecho de lo que veía moverse delante de el. Igualmente lo siguió. Miro varias veces antes de entrar al baño detrás del chico que acababa de conocer en el chat, para ver que nadie lo viese entrar. Sin embargo a esa hora el lugar estaba lleno de gente. Lo tomó de la mano y lo llevo hasta dentro de los pequeños cubiculos donde se encierran los inodoros. Nicolás no estaba seguro de hacerlo, pero vio en los ojos de Juan que un no sería en vano. Una vez adentro se besaron. Juan sentó a Nicolás en el asiento mugriento del inodoro, bajo su pantalón y quiso obligar a practicarle sexo oral. Mientras le succionaban repetidas veces su pene erecto, se saco su remera. La estiró con odio, rodeo el cuello del otro. Tomó los extremos con mucha fuerza y apretó. Apretó y apretó y apretó. Nicolás intentó resistirse, pero todo fe en vano. En menos de cinco minutos el aire dejó de entrar en su cuerpo, y una marca roja adornaba todo su cuello. Juan volvió a ponerse su remera, acomodó el cuerpo rellenito del chico que acabada de matar de forma que pareciera que estuviese haciendo caca. Miro por debajo de la puerta que nadie estuviese afuera y salió. Con paso apresurado cruzo la puerta de salida. Una leve llovizna comenzó a mojar Buenos Aires. Paro un taxi, indicó la estación de ómnibus de retiro y se fue.
viernes, 2 de julio de 2010
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